Educar el cuerpo y el espíritu para ser niño

24 de abril de 2018

*Daniel Munduruku

Nacer es la cosa más sublime que existe. Nacer en una aldea indígena, entonces, genera más placer. No que sea mejor o peor que nacer en un centro urbano. Es diferente. Allí el mundo cuida de todo el mundo y cada persona tiene un papel importante para la realización del otro. Es una verdadera comunidad educativa donde no existe gente mejor que otra y todos educan a todos.

A los abuelos les corresponde educar nuestro espíritu. Hacen eso contando las historias que alimentan nuestra imaginación y nuestro sentido de pertenencia al mundo que nos rodea. Las historias nos dicen de dónde venimos y nos remiten a lo que somos. Es importante no olvidar que somos parte del universo, ni más ni menos. Parte. Las historias no nos dejan olvidar que somos socios de la Creación, por lo tanto le corresponde a cada uno cuidar, sembrar, regar, coger, cumpliendo su papel en el bienestar de todos los seres vivientes, sean humanos o no. Son los abuelos quienes nos recuerdan eso todo el tiempo. Es su papel. Es su propósito.

Corresponde a los padres educar nuestro cuerpo. Lo hacen proporcionando todas las condiciones para que podamos ser libres. Andar en el monte, subir a los árboles, nadar en el río, cazar con arco y flecha, conocer el lugar donde vivimos, buscar nuestros piojos y halar nuestra oreja, todo eso hace parte de su misión de adulto. Ellos no nos dejan ni un minuto sin su atención, porque saben que educar es cuidar de nuestro cuerpo para que podamos ser niños plenamente.

Ser niño es sólo ser niño. Es respetar este momento único en nuestra existencia. Nuestra gente sabe que nunca puede desear que seamos otra cosa, a no ser lo que somos en el momento presente. Al niño nunca se le pregunta lo que va a ser cuando crezca, porque sabemos que él no será nada, simplemente ya es todo lo que necesita ser. Ser niño es, por lo tanto, todo lo que necesita ser. Y ¿qué es lo que todo niño requiere para ser plenamente niño? Jugar. Jugar de cuerpo y alma en una actitud profunda de respeto al momento que vive, al mundo que lo rodea, a las otras expresiones y formas de vida que interactúan con él.

Es así como aprendemos en una aldea. Es así que nos volvemos completos, equilibrados, conocedores de la dinámica de la vida. Y todo eso sin dejar de ser niño. Porque, en el fondo, ser niño es interactuar con el lado mágico de la vida, es abrirse para el misterio que cerca la existencia. El cuerpo lúdico del niño es la garantía de una vida adulta saludable. Felizmente, sólo el jugar nos puede ofrecer eso. Niño que no juega, no crea. Niño que no juega, copia.

 

*Escritor indígena, graduado en Filosofía, tiene licenciatura en Historia y Psicología. Doctor en Educación por la USP. Es post-Doctor en Literatura por la Universidad Federal de Sao Carlos – UFSCar. Director-presidente del Instituto UKA- Casa de los Saberes Ancestrales. Autor de cincuenta libros para niños, jóvenes y educadores.

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