Cuerpo y Alma

19 de abril de 2018

*Ute Cremer

Pregunto a ustedes: ¿existe cuerpo sin alma? Existe alma sin cuerpo. Qué es finalmente el alma? Es lo mismo que el espíritu? Son preguntas que desde el primer soplo en el nacimiento, hasta el último suspiro antes de la muerte, nos acompaña –conciente, semiconciente o inconcientemente.

Cuando miramos un bebé en los primeros momentos de su vida, vislumbramos en su mirada – a veces tan profunda que parece penetrar en lo más íntimo de nuestro ser – como si estuviese diciendo: yo sé quién es usted, sé más que usted!

Y cuando nos entregamos a esa mirada, sin desviar, sin miedo de su seriedad, surge el enigma: de dónde viene este ser que parece, al mismo tiempo, tan vulnerable y tan sabio, tan frágil y tan profundo? Será que vino sólo de la unión de padre y madre? O los padres fueron sólo un vehículo para una centella divina poder encarnar aquí en la Tierra, un ser que ahora busca un cuerpo y un alma para cumplir su tarea aquí, buscando los obstáculos, las piedras del camino que lo desafían y, con eso, entierran el ser humano en su individualización. Preguntas y más preguntas…

Lo importante es que no matemos, en los adultos, esa certeza que todo niño tiene de su origen espiritual, independiente de la religión. Nuestra tarea, de los padres, de los educadores, de todos los adultos que forman parte del entorno del niño, es clara: ayudar a ese ser a orientarse primero en su cuerpo, a encarnarse, de la cabeza a los pies y, al mismo tiempo, vivir en la Tierra.

En los primeros quince o más años depende de nosotros, adultos, para que puedan revelar sus talentos, desarrollarse de acuerdo a su tiempo y su manera. Son tareas bien concretas: amamantar, cambiar pañal, crear lazo con el bebé, mirar sin estrés, responder a la sonrisa del niño, crear un ambiente cálido, significa una entrega a pesar del correcorre de la vida diaria.

En una palabra, AMAR. Con la sabiduría guaraní expresada en la creación del mundo:

“Antes de existir la tierra,

En medio de la Noche Primera,

Y antes de tenerse conocimiento de las cosas

El Amor era”

Poco a poco, en la hora cierta –cierta para el niño- él va intentar una, diez, cincuenta veces erguir su cuerpo, procurar el equilibrio entre Cielo y Tierra. Va a conquistar su cuerpo cada vez más: gateando, arriesgando el primer paso, cayendo, levantándose, cayendo y levantándose hasta lograrlo. Cuántas lecciones podemos aprender de ese proceso para la vida de adulto.

De dónde viene esa voluntad férrea de erguirse del suelo? Erguir, como dijo el Tupa Tenonde, es crear conciencia y despertar el corazón.

La vida infantil continúa uniendo alma y cuerpo en el juego, creando e integrándose con las fuerzas, las bellezas y los desafíos de la naturaleza, sus diferentes materiales, colores, texturas y pesos.

Crear una historia, construir una cabaña con telas, esconderse e invitar a alguien para abrigarse con él. Cuántas posibilidades con pocos recursos, conquistando cada vez más confianza y seguridad para que el niño se sienta presente. “Yo estoy aquí!”.

Aquí, gracias a mi cuerpo que se mueve, corre, sube escaleras y árboles, y así crea seguridad corporal y autoconfianza en la vida.

Una unión armónica entre alma y cuerpo posibilita la individualidad, contribuye para la humanización de la vida.

 

*Pedagoga Waldorf, educadora comunitaria y una de las fundadoras de la Alianza por la Infancia y de la Asociación Comunitaria Monte Azul (São Paulo, Brasil).Es autora de libros que tratan temas relacionados con la niñez y dirigió piezas teatrales, creaciones colectivas de actores: Sembrando Dignidades (2004), la Creación del Mundo (2006) y Tupa Tenonde (2010).

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